"El último que apague la luz". Breve historia de la iluminación de la ciudad

De las velas, kerosén y bombillas de luz a los pilares y usinas eléctricas. El viejo y nuevo pueblo pasó por la iluminación pública artesanal a la modernidad eléctrica.

Actualidad 13/08/2023 Por Gino Avoledo - Especial para TNR
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Conocidos faroleros fueron don Ángel Mata y Vicente Giménez, ya cuando el pueblo se había corrido de Stefenelli al actual emplazamiento.

Lo fueron porque se encargaron de poner luz a la ciudad en los inicios en la etapa que significo el alumbrado público artesanal.

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Hasta hace apenas unas generaciones en el primitivo pueblo fundado por el coronel Lorenzo Vintter -el 1° septiembre de 1879- poco antes de su total destrucción por la creciente del río Negro del año 1899 se hablaba que el alumbrado en el radio urbano se había organizado de forma precaria.

Hoy damos por sentada la luz eléctrica; con mover una perilla casas, calles, edificios se iluminan como por arte de magia. Pero esto no fue siempre así.

La historia revela que se encargaron faroles, seguramente los primeros a velas o simples candelas que se introducían en los clásicos gabinetes de hierro y vidrios que los protegían del viento, y así prestaban su modesto servicio.

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Lo mismo vino a suceder en la nueva fundación de la actual ciudad, que en sus albores -principios del S. XX- careció de alumbrado en absoluto debiendo valerse los vecinos y parroquianos noctámbulos de su conocimiento de calles y lugares; ciertas casas y boliches con muy buen criterio tenían la precaución de colocar en el frente algún farol que indicara su ubicación. El mismo método era usado por las reparticiones y oficinas públicas, sobre todo la comisaría y municipalidad.

En lo que se refiere al servicio en las calles y algunos otros lugares no había ninguna clase de alumbrado y la gente estaba acostumbrada a trasladarse de un lugar a otro sin ningún inconveniente, valiéndose en algunos casos de linternas.

En el año 1914 no hay indicios de alumbrado público en el nuevo pueblo, pero no debió pasar mucho tiempo, posiblemente al año siguiente o a partir de 1916 en el que se estableció un servicio por la municipalidad, que consistía en faroles aislados para los cual se instalaron columnas de hierro en las calles (esquinas).

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Fueron columnas en forma de arco de donde pendían los focos de luz debidamente protegidos -con una pantalla metálica en la parte de arriba- siendo la parte inferior el depósito de combustible y la mecha que prodigaba la lumbre; la primera dotación no debió ser de más de unos 15 o 20 faroles en todo el radio urbano (en las esquinas principales y distantes a 100 metros, respectivamente).

El encendido de estos faroles era de orden individual, de modo que el encargado de tal trabajo al oscurecer empezaba el recorrido a tal objeto haciéndolo en un sulky.

Por varios años se observó este anacrónico sistema y entre los años 1919 y 1920 es que se llamó a licitación para instalar un servicio de luz eléctrica como merecía el progreso de la población.

Funciones que recayeron en don Mata y Giménez, que desde entonces redoblaron esfuerzos para que la ciudad siempre este iluminada.

Aparecieron, en tiempos modernos, las bombillas de  luz bajo la lampara aérea que supieron estar ubicadas en el centro de las esquinas marcando un estilo de alumbrado particular.

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Conocemos el final de esta historia: la electricidad ha triunfado, a tal punto que casi olvidamos su existencia.

La ciudad atraviesa desde años el cambio de la iluminación convencional por LED.

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